Un dibujo de Fiesole creado por Ignacio Zuloaga

1894 fue un año de la vida de Santiago Rusiñol que alumbró diferentes acontecimientos que por su máxima importancia podemos considerar determinantes en su vida y en su obra.

Fue en el mes de enero de ese año cuando con los amigos pintores Ignacio Zuloaga y Maurice Lobre y el crítico de arte Josep Maria Jordà, compró las dos pinturas de El Greco en París al también pintor Laurence Barreau; más que comprarlas a Laureà Barrau que por verse instalado en París se había afrancesado el nombre, las adquirió en realidad en el estudio de ese pintor que por ser sobrino de su propietario el coleccionista Pau Boch las tenía allí para propiciar su eventual y difícil venta. El precio que pagó Rusiñol por aquellas pinturas fue de 5000 francos franceses de la época.

Al mes de febrero del mismo año Rusiñol, acompañado de Zuloaga, emprende el viaje a Florencia pasando antes por Lyon para contemplar las pinturas que Puvis de Chavanne, el pintor que corregía sus trabajos en L’Académie de la Palette de Henri Gervex, había realizado para decorar el recién construido ayuntamiento de aquella ciudad.

Visitan luego la ciudad de Pisa (Rusiñol lo hará por segunda vez) y en su cementerio copiará fragmentos de los frescos de Il Trionfo della Morte.

Ya en Florencia, destino final de aquel viaje, acabarán frecuentando la Galleria degli Uffizi para copiar a los primitivos italianos, las copias de los cuales, doce en total que vemos repartidas en diferentes estancias del CF, decide traer consigo a su regreso enmarcándolas en marcos antiguos para ser expuestas, junto a la copia del retrato de Velázquez, en la Sala Parés y luego, tras su exposición, acabar decorando las paredes del Cau Ferrat a modo de recuerdos de aquel viaje.

Participa luego en la XI Exposición General de Bellas Artes en la Sala Parés amb Convalescent i Una carretera.

En marzo participa por segunda y última vez con cuatro óleos en el Salon des Indépendents y ello para su disgusto porque con el tiempo oirá que Zuloaga iba diciendo por ahí que él por el contrario exponía siempre con los independientes.

En abril vuelve a París para participar en el Salon des Champ-de-Mars con otros cinco cuadros más: Fleurs, Le réveil, Laurier, Portique i Cour bleue.

Expone en la Sala Parés todas las copias de los primitivos italianos y la del autoretrato de Velázquez.

Amplia el Cau Ferrat de Sitges.

En junio pinta en Tarragona.

En julio participa en la Exposición Artística de Bilbao con cuatro cuadros y obtiene una medalla de segunda clase.

Traslada la colección de hierros y las antigüedades del Cau Ferrat de la calle Muntaner de Barcelona al Cau Ferrat de Sitges.

En octubre expone catorce cuadros, entre ellos La morfina, en la Sala Parés.

En noviembre acontece la III Festa Modernista de Sitges, llegando los dos cuadros de El Greco en solemne procesión al Cau Ferrat y celebrándose un Certamen Literari alternativo a los Jocs Florals del pasado.

En noviembre vuelve a su casa de París del Quai de Borbon compartida desde finales del año anterior con Zuloaga, Jordà y el pintor vasco Uranga, añadiéndoseles ahora temporalmente el comediógrafo y periodista Albert Llanas que al final de ese año vivió dos meses en París.

Conoce y se relaciona con los jóvenes artistas tarraconenses Carles Mani y Pere Ferran que pasarán la Navidad con él. Las condiciones de vida de aquellos jóvenes tarraconense en la capital del arte motivarán su defensa en el artículo La pasta hidráulica que publicará en La Vanguardia en febrero del año siguiente

Acabará finalmente el año publicando Desde el Molino.

Con todo lo relacionado que no es poco y por más que la adquisición de las pinturas de El Greco y la inauguración del Cau Ferrat durante la III Fiesta Modernista se encuentren entre los acontecimientos principales y decisivos, no de ese año sino de su vida entera, hallamos en cambio el viaje que Rusiñol realizó a Florencia con Zuloaga como algo diferente entre todo lo ya relacionado por lo particular de la experiencia vivida y no por la intención que ambos en principio pudieran tener al emprender dicho viaje.

Su propósito inicial entretuvo a nuestros pintores en las salas de aquella galería copiando a los pintores del Quatroccento italiano que habían despertado el interés de ambos pero ese interés por aquellos pintores no podemos pretenderlo en todo caso como algo original. Al fin y al cabo sólo estaban siguiendo la estela de un camino trazado por la pintura italiana del S.XIII que ya interesó en la primera mitad del XIX a los pintores Nazarenos alemanes instalados en Italia y reunidos entre sí a modo de comunidad monástica, los cuales a su vez fueron claros precursores de la Hermandad Prerrafaelita inglesa que en parte fundamentó su programa estético en ese interés particular por aquel período de la pintura italiana anterior al de Rafael y que acabó finalmente contagiando de admiración por los pintores primitivos a muchos artistas europeos contemporáneos de Santiago Rusiñol como los belgas del Grupo de los XX que luego dieron en llamarse de La Libre Esthétique.

La experiencia de ese viaje fue decisiva en la futura obra de Santiago Rusiñol pero lo fue por una inspiración que más adelante le valdría el epíteto de “pintor de jardines” que habría de acompañar inequívocamente su nombre desde la exposición de Jardins d’Espagne de París en 1899 que supuso su consagración y hasta más allá de su muerte.

Y fue en la excursión a Fiesole, la pequeña ciudad situada en una colina a ocho kilómetros a las afueras de Florencia, donde Rusiñol acompañado de Zuloaga, descubrió la belleza de sus paisajes en los que el ciprés era el verdadero protagonista. En esa contemplación experimentará algo nuevo en su espíritu, algo incipiente y prístino que estimulaba la melancolía de un espíritu que se vio conmovido de manera inefable ante la contemplación de aquellos cipreses del lugar donde vivía y pintaba Guido di Pietro.

Cim amb xipresos, al capvespre, de Ignacio Zuloaga Zabaleta
Fiesole, 1894
Dibuix al llapis carbó sobre paper
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Col. Santiago Rusiñol
Cima con cipreses, al atardecer, de Ignacio Zuloaga Zabaleta (1894)
Dibujo a lápiz carbón sobre papel
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Col. Santiago Rusiñol

Fray Angélico, que así es como todos le conocemos, fue beatificado por Juan Pablo II a principios de los años ochenta del siglo pasado por algo tan inefable como el sentimiento que tuvo Santiago Rusiñol cuando visitaba aquellos parajes habitados por un pintor también primitivo que nunca acometía una obra donde representara a la Madonna sin entrar antes de manera sincera y profunda en oración quizás porque en aquel lugar antiguo la mística y el arte, como manifestaciones del espíritu, se abrazaron como nunca.

Pero como dice el autor Laplana,“el pintor tomó su viaje a Fiesole como una peregrinación en homenaje a la estética de Fray Angelico, el más místico de los pintores italianos; pero el jardín que Rusiñol soñó en Fiesole no fue el paraíso limpio de culpa que pintara el Beato sino el jardín simbolista dominado por la muerte que luce postrera belleza antes de desaparecer”.

Así, el recuerdo de Fiesole quedó grabado como una impronta en su memoria y se iría formulando recurrentemente hasta el mismo instante de una muerte que le sorprendió mientras pintaba, cómo no, un jardín en Aranjuez. La contemplación de aquel paisaje se fue materializando a través del tiempo, abriendo un período temático y conceptual nuevo en su pintura. Es a partir de ese momento que volverá a centrarse en el género del paisaje que se convertirá en el principal protagonista de su actividad futura y el tema del jardín y los cipreses comenzará a prefigurárse por vez primera y de modo germinal al año siguiente, durante su segundo viaje a Granada, con la representación de los cipreses del fondo de La Gitana del Albaicín o Granadina, expuesto en el Gran Saló del Cau Ferrat y en Los Cipreses viejos del antiguo Convento de la Victoria.

Los jardines de Rusiñol fueron sin duda su obra más personal y el tema de sus pinturas por el que fue más recordado por más que ahora se aborde al artista, su vida y su obra de modo omnicomprensivo. Fue en el viaje a Fiesole donde descubrió ese tema y fue en Granada, un año después, donde se dio cuenta de haberlo descubierto. A partir de entonces no dejó de pintar jardines de toda especie de tantos otros sitios y lugares y todos ellos tienen un mismo origen. En el despacho de Santiago Rusiñol hay un dibujo de su amigo Ignacio Zuloaga, Cima con cipreses, al atardecer, que es el único vestigio en el Cau Ferrat de un viaje de dos amigos que nos representa si nos queremos detener un encuentro de Rusiñol con lo inefable, que es tanto como decir lo que por sutil, no puede ser dicho, ni explicado, ni descrito.

Créditos fotográficos

© Archivo Fotográfico del Consorci del Patrimoni de Sitges

Jorge Pérez Vela, Guía y Atención al Público en Museus de Sitges

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