Léon Daudet: una luz tras el abismo (I)

Al año siguiente de la separación de su esposa Lluïsa Denís, Santiago Rusiñol decide pasar una larga temporada en París instalándose en septiembre de 1889 en el Hotel Bruxelles del barrio de Montmartre. Allí ocuparía su tiempo visitando la Exposición Universal de París de 1889 que se había inaugurado el 15 de mayo y finalizaría el 6 de noviembre de aquel mismo año. Aquella 10ª Exposición Universal de París de 1889 fue preparada como un acontecimiento excepcional puesto que ese año se celebraba el centenario de la Revolución Francesa con el aniversario de la toma de la Bastilla que se considera su inicio y el momento fundacional de la Francia contemporánea. De entre todos los eventos que hubo en aquella exposición la inauguración de la Torre Eiffel, la construcción arquitectónica más alta del mundo en aquel entonces, fue el máximo acontecimiento y mientras era visitada por casi dos millones de personas, Santiago Rusiñol en su desprecio por el progreso y la modernidad, se refería a ella irónicamente como “el andamio”. 

Gracias a aquella exposición universal Rusiñol tuvo la suerte de recibir al inicio de su inauguración una medalla honorífica por su pintura Paysage de mon pays después de haber presentado en el Salon des Champs Elysées la pintura Vélocipediste en la que retratara al amigo Ramon Casas como un joven sportman. Por lo demás ocupaba su tiempo asistiendo a las clases matinales de pintura de la Académie de la Palette donde le corregían sus trabajos los pintores Henri Gervex, Puvis de Chavannes y Eugène Carrière.  

Después de ocuparse en septiembre de aquel mismo año de su segunda exposición individual en la Sala Parés en la que expondrá los cuadros realizados durante el viaje en carro, Rusiñol ya no volverá a aquel hotel de París sino que se instalará en al caserón destartalado de la rue de l’Orient en el que convivirá con los amigos Miquel Utrillo y Ramon Canudas y a los que luego se juntará Enric Clarasó. Fue durante aquella temporada de vida bohemia en común cuando Rusiñol sufrió una mala caída en la que se golpeó la zona lumbar provocándole una lesión en el riñón. A consecuencia de ello y después de la muerte de Ramon Canudas en Sitges en septiembre de 1892 tras haberse celebrado la exposición de pintura en el Ayuntamiento durante la Festa Major, Santiago Rusiñol comenzará a tomar morfina para aliviar el dolor que le provocaban las secuelas de aquella caída.

Antes de la celebración de la III Festa Modernista en 1894, Rusiñol expondrá en el mes de octubre catorce cuadros en la Sala Parés entre los cuales se encontraba La morfina y al año siguiente, durante la 12ª Exposición General de Belles Arts en la misma Sala, presentará Prenent l’alcaloide que actualmente forma pendant con la anterior en el Gran Saló del Cau Ferrat. Con la presentación de estas pinturas, la secreta adicción a la morfina de Santiago Rusiñol debido a su enfermedad renal se hace manifiesta transcendiendo al ámbito de su creación y consecuentemente explícita a través de los títulos de ambas pinturas, el segundo de los cuales será sustituido con el tiempo con el sobrenombre de La medalla haciendo referencia al reflejo que parece emitir la que pudiera tener entre las manos la modelo representada cuando aquel leve resplandor no representa más que el brillo de los primeros prototipos de jeringa Pravaz cuyas agujas hipodérmicas eran entonces de oro, plata o platino.

Rêverie (La medalla), de Santiago Rusiñol i Prats
París, 1894
Pintura al óleo sobre lienzo
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Col. Santiago Rusiñol

En 1896, mientras veranea en Montserrat, escribe su libro Oracions y pinta y fotografía aquel paisaje pero ha de interrumpir finalmente su estancia por aquella enfermedad. Ese mismo año escribiría desde un balneario de la Garriga, a su amigo  el crítico Raimon Casellas, confesándole que le resultaba imposible ya prescindir de la morfina y en el viaje a Granada que emprenderá al año siguiente con Ramon Pichot y Genís Muntaner las dosis de morfina comenzarán a ser cada vez más elevadas al continuar con los dolores de siempre hasta que se retira de la vida pública a causa de sus dolencias, inmediatamente después de la inauguración en Sitges del Monumento a El Greco en agosto de 1898.

De ese mismo año es la carta que le escribe su amigo Ignacio Zuloaga que le reprochaba con cariño no comprender como tenía tan poca voluntad como para dejarse dominar por la morfina siendo un veneno tan activo y en el mismo sentido encontramos entre su correspondencia los mismos mensajes de ánimo y apoyo que recibió de otros amigos como el mismo pintor Maurice Lobre que le acompañara en la aventura de la compra de los Greco. De hecho ese es el tema recurrente en la correspondencia de aquel período que mantenía con los amigos más íntimos que estaban enterados de todo aquello y si hemos de hacer caso al testimonio de su hija Maria fue el doctor Gaietà Bensaprès quien en febrero de 1899 alertó a su esposa de la adicción a la morfina que sufría su marido y de su lamentable estado de salud.

Después de eso vino la cura de desmorfinización que durante unos meses, al menos dos que era el tiempo mínimo que se le exigía a un morfinómano, siguió Santiago Rusiñol en el Sanatorium de Boulogne-sur-Seine de los doctores Paul y Alice Sollier a las afueras de París camino a Versalles que estaba dedicado al tratamiento de las enfermedades mentales y la morfinomanía. El establecimiento le fue sugerido por su hermano Albert que acababa de salir de él y Santiago Rusiñol se resistía a ingresar en él por creer que iba a ser encerrado en un manicomio. Finalmente se dejó convencer ante la evidente necesidad de ayuda y al fin fue tranquilizado por el mismo doctor Sollier tras ser acompañado hasta París por su mujer y su hija para su ingreso de febrero marzo a abril de 1899.

Aunque los archivos de la clínica desaparecieron tras los bombardeos de 1942 podríamos como curiosidad añadir que se sabe que el doctor Sollier recibió igualmente en su clínica a Marcel Proust en 1905 que fue a curarse de su neurastenia durante un mes y medio. Aunque el escritor llegó a decir que había salido peor de lo que entró, lo cierto es que los dos hombres aún llegarían a volverse a ver; Paul Sollier dedicó su Le problème de la mémoire (1900) a Marcel Proust mientras éste hizo lo mismo con un ejemplar de su primer libro Les plaisirs et les jours (1896).

La morfina, de Santiago Rusiñol i Prats
París, 1894
Pintura al óleo sobre lienzo
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Col. Santiago Rusiñol

No parece que el tratamiento hubiera resultado tan malo para Rusiñol aunque probablemente no fuera esa la única cura a la que llegara a someterse antes de su total curación. El caso es que se vio finalmente liberado de aquella terrible adicción y a resultas de ella devuelto a una relación conyugal de la que se había ausentado por más de diez años en aras parece de la persecución de un deseo intenso y vehemente de creación artística que encontrara en la morfina un camino de exploración sin más límite que el de la propia muerte. En ese sentido resuenan aquellas palabras escritas en El morfiníac de Ocells de fang de 1905 más que decadentes espeluznantes y transgresoras :

“Ja no et deixaré, morfina: ja sóc ben teu; ja em tens ben teu: ja, encara que volgués, no podria. Ja sé que em tens de matar, que m’aniràs matant de mica en miva… Me faràs patir molt, ja ho sé però moriré besant-te, adorant-te, idolatrant-te. I com més mal me vagis fent menos me podré passar de tú…”

“Però tu me la donaràs, morfina, la força! No hi fa res que després em matis. Avui mateix treballaré! Jo hi posaré el pensament, i tu em sostindràs la mà, si em vol caure, que tu tens el coratge que em falta. I quina obra que farem, morfina! Quin fill tindrem tots dos! Serà l’obra de trenta anys d’esperar, de voler-te i de no poder-te tenir! Jo t’explicaré ratlla per ratlla, i tu em mouràs la voluntat, i cada bes teu serà una estrofa, i no hi fa res que m’emmetzinis: si el fruit ha d’ésser hermós, emmetzina’m”.

Sin dejar de hacer caso omiso a las palabras del morfinómano del relato cuyas confesiones no dudamos en relacionar con la experiencia vital de Santiago Rusiñol descrita, resulta tentador relacionar esta circunstancia de la vida de Rusiñol con la experiencia creadora y la vida de otros escritores consumidores de opio como el Charles Baudelaire que escribió Les Paradis artificiels o Thomas de Quincey que se hizo adicto al opio cuyas dosis fue progresivamente incrementando para remediar los dolores agudos de una neuralgia. Pero aun siendo la morfina un opiaceo y como tal una sustancia psicoactiva, en el caso de Rusiñol la euforia que le habría de producir representa ante todo ausencia de dolor…y… con fines recreativos o de introspección resulta menos sugestiva que el opio, porque la sensación corporal de calor homogéneo se extiende como una bruma demasiado densa para la reflexión o la comunicación, contagiando todo de una densidad difusa. En cambio, el efecto inicial de una inyección intravenosa (llamado a veces “flash”) posee una intensidad casi dolorosa, con elementos de estupor y gran acaloramiento en el rostro… pronto llega un estado de sopor cada vez más profundo, donde el postrado sujeto apenas conserva rastro de sentido crítico.

Los efectos iniciales de una inyección intravenosa de morfina llamado “flash” que son descritos tal como los expresa Antonio Escohotado el autor de las palabras anteriores en El libro de los venenos, son perfectamente reconocibles en el rictus del rostro entre el dolor y el éxtasis y en el gesto y en la expresión de la mano de la mujer representada en La morfina de Santiago Rusiñol y son sin duda el efecto inmediato tras la preparación de la jeringa que ha de ser inyectada que vemos representada en La medalla pero el estado de sopor cada vez más profundo que le sobreviene al adicto difícilmente podemos imaginar podría mover la voluntad de ningún creador tras quedarse dormido.

Primera jeringa de Charles Gabriel Pravaz (1852)

Sin embargo es innegable la relación que ha tenido desde siempre el consumo de la droga como enteógeno en la exploración de la conciencia humana y la percepción condicionada de los sentidos en cuanto al proceso creativo y en todo caso hay que reconocerle a Santiago Rusiñol que su relación con la morfina le llevó a crear dos de sus obras más singulares e importantes no ya de su producción pictórica sino en tanto que resultan emblemáticas y perfectamente inseribles dentro de los parámetros estéticos de su época y los valores existenciales que infunden la pintura finisecular europea.

Sea como fuere y más allá de cualquier veleidad tenebrosa de aspecto decadente, cierta, simulada o recreada, por la sombría circunstancia que le acompañara a él secretamente entre los caminants de la terra durante una década de su existencia, interesa desvelar en este artículo algunas cosas más de una amistad que habría de alumbrar primero por casualidad y luego de manera afable toda aquella sombra tras el abismo en el que se sumió la vida de Santiago Rusiñol justo cuando el siglo finalizaba.

Créditos fotográficos

© Archivo Fotográfico del Consorci del Patrimoni de Sitges
© Wellcome Collection. The free museum and library for the incurably curious

Jorge Pérez Vela, Guía y Atención al Público en Museus de Sitges

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