El “misterio anónimo” de las colecciones artesanales del Cau Ferrat

Coronamiento de grúa en forma de dragón
Cataluña, siglos XV-XVI
Hierro forjado, recortado, cincelado, reblonado y soldado en forja
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Col. Santiago Rusiñol

Una de las maneras de abordar una visita al Museu del Cau Ferrat es hacerlo a partir de un planteamiento claro y diferenciador de sus diferentes colecciones. De hecho esta posibilidad no es ningún recurso ni una opción que tengamos al alcance. Más bien es un objetivo que resulta inevitable y obligatorio por cuanto el Cau Ferrat efectivamente es, entre otras muchas cosas, un museo de colecciones artísticas reunidas por Santiago Rusiñol a lo largo de su vida. Procurar hacer entender al visitante que todas y cada una de las piezas expuestas corresponden a un conjunto específico según la disciplina artística a la que corresponden supone por parte del guía un esfuerzo diseccionador del espacio y de su contenido que pueda proporcionar un sentido del orden a pesar de un discurso museístico que le es propio y representa el espíritu de la época de su creación. Ante un primer impacto visual que suele ser abrumador para el visitante, la intención del guía es posibilitar un medio de comprensión diferenciada ante tal acumulación de piezas de diferente naturaleza que no comparten entre sí otra característica común que la de presumirse todas ellas obras de arte en un sentido amplio.

En ese sentido sobresale a simple vista la colección de pintura y dibujo por lo mucho que contribuye a ese primer impacto visual no sólo por los colores y las figuraciones de los temas representados sino por la cantidad de obras que comprende pues la sección de pintura y dibujo es junto a la colección de hierro forjado la más numerosa en cuanto al número de piezas. La comparación así establecida entre ambas colecciones no resulta extraña en cuanto a la consideración de las piezas cuantificables que comprende cada una de ellas que es lo que aquí se comenta, ni parece inadecuado tampoco el uso del término “pieza” para asignarlo a cada obra de pintura o forja en tanto sea un elemento que forma parte de un todo que es la colección. Pero en el caso de la pintura el guía de tanto proyectarse con sus explicaciones de lo representado con formas y colores en las superficies de los lienzos, se resiste a entenderlas como cualquier otro objeto por más que sean cuantificables.

Por otro lado es cierto que resulta imposible considerar lo que sea una pintura al margen de lo que consideramos un objeto con sus propiedades y cuando adoptamos esa percepción es cuando debemos considerar la pintura concreta como un cuadro: es decir una obra de arte cuya representación bidimensional sobre un lienzo es soportada por una estructura llamada marco que la complementa y en ese sentido todas las que cuelgan de las paredes del Cau Ferrat lo tienen por ser creaciones de su tiempo. Así el marco en tanto estructura que complementa la tela es también un objeto y como todos los de las colecciones artesanales, susceptible de una realización artística que se considera una artesanía que es comprendida en lo que antes se daba en llamar Artes Decorativas o Aplicadas y ahora una de las Artes del Objeto. Pero es obvio que una obra de arte en cuanto implica el ámbito de las imágenes (pintura, dibujo, grabado o fotografía…) va mucho más allá de una mera y simple noción restrictiva de objeto y representación u objeto y funcionalidad en el caso de las piezas artesanales.

Así, al menos en lo que a la representación figurativa se refiere y por la naturaleza diferente de la pintura, nos proyectamos íntimamente con la mirada sobre la superficie de un lienzo para su contemplación y posterior compresión de una concreta concepción de un tiempo y de un espacio que entra en oposición evidente con cualquier forma representada de volúmenes, incluidos los cuerpos humanos. Apreciamos igualmente el uso de los recursos utilizados en la figuración, el tratamiento de la luz y de la sombra, los colores y el uso mismo del óleo en cuanto materia que haciendo la pincelada más superficial o matérica nos explica el gesto y el trazo del pintor, sea lento o rápido, permitiéndonos apreciar del mismo modo su habilidad técnica y todo ello para dejarnos conducir a una transposición imaginaria y emocional que como espectadores nos haga olvidar del todo encontrarnos ante un objeto por la ilusión perceptiva que la pintura consigue provocar en nosotros con una representación, entre objetiva y subjetiva, de una realidad que es siempre bidimensional.

Mediante el subterfugio de valorar la dimensionalidad espacial de las obras de arte expuestas en el Cau Ferrat no pretendemos otra cosa que obviar su sección de pintura a no ser que corramos el peligro de considerarla una colección cosificable compuesta por un número de cuadros a cuantificar despreciando así el valor bidimensional de sus pinturas del mismo modo que despreciaríamos el valor inmaterial de la literatura de Santiago Rusiñol si la consideráramos un simple conjunto de libros escritos por él entendidos como meros objetos del interés de un bibliófilo. Y todo ello para concentrar nuestra atención en el resto de piezas expuestas en el museo en cuanto a la tridimensionalidad de los objetos y en cuanto a la voluntad que tuviera su propietario de reunirlos en colecciones de diferente índole cuya razón de ser en el Cau Ferrat se justifica de un modo u otro no tanto por la especial pretensión que tuvieran sus autores de elevar dichos objetos de su creación a la categoría de obra de arte sino por el reconocimiento que posteriormente Santiago Rusiñol les otorgó coleccionándolos.

Antes de interesar cualquier observación de la colecciones presentes en el Cau Ferrat desde la perspectiva de las relaciones que puedan establecerse entre objeto y obra de arte parece prioritario comentar alguna otra de carácter subjetivo sobre el coleccionista que las reuniera señalando que el coleccionismo de Santiago Rusiñol fue una dedicación y una actividad constante que refleja una pasión que adquirió desde que comenzara a tomar sus primeras clases de dibujo y pintura en la academia del pintor Tomás Moragas, condiscípulo y amigo de Fortuny. Fue allí durante aquel período de aprendizaje de 1876 a 1884 bajo el influjo de un pintor que había residido muchos años en Roma, donde Rusiñol empezó a entrar en contacto con el mundo del coleccionismo de antigüedades y fue su afición al excursionismo científico, el otro fundamento de su formación cultural, la que le permitió entrar en contacto con aquellos objetos del pasado que encontraba en su propio contexto cuando visitaba castillos, iglesias y monasterios medievales.

Su afición por el hierro forjado se fue manifestando no sólo por una aplicada dedicación a la representación de esas piezas mientras practicaba sus habilidades con el dibujo (así los dibujos que realizara de la aldaba de l’Arxiu de la Corona d’Aragó o el de la Casa de l’Ardiaca que fueron donados a l’Associació d’Excursions Catalana en 1880) sino por la misma voluntad de comenzar a coleccionar aquellas piezas con una pasión que nació a la vez que las iba dibujando. Aquella nueva afición le llevó a participar con su colección de forja catalana medieval en el Certamen de Artes Decorativas celebrado por el Fomento del Trabajo Nacional donde sería premiado por lo que su colección sería reproducida junto a la de otros coleccionistas en el Álbum de detalles artísticos y plástico-decorativos de la Edad Media Catalana editado por la Sociedad Artístico-Arqueológica Barcelonesa en 1882. Parte de esa colección de hierro forjado será nuevamente exhibida en la Exposición Universal de Barcelona de 1888 recibiendo todos tipo de elogios.

Con todo, no queremos más que señalar que la consolidación de la actividad coleccionista de Santiago Rusiñol fue cronológicamente anterior a la de su actividad pictórica y literaria. Iniciada en su juventud durante aquellos primeros años de formación con Moragas, el coleccionismo fue desarrollándose hasta hacerle alcanzar una notoriedad en ese ámbito que le llevaría a ocupar un lugar destacado en el coleccionismo catalán del último cuarto del S. XIX. Esa reputación lograda con anterioridad, según recordamos, a la que adquiriera en sus otras facetas artísticas nos impide olvidar la importancia que tuvo el coleccionismo en el campo de acción de Rusiñol y en concreto en su actividad creadora. Por eso no es de extrañar que en uno de sus exlibris cuyo dibujo, mejor pictograma dibujado por él mismo, se exhibe en el despacho de Rusiñol del Cau Ferrat, veamos combinado armónicamente y en el mismo grado de significación la paleta del pintor, una pluma y su tintero y un dragón de hierro forjado que hacen a la vez referencia a sus facetas de pintor, escritor y coleccionista.

Monograma del autor, de Santiago Rusiñol i Prats, 1894
Dibujo a tinta y lápiz grafito sobre papel
Museu del Cau Ferrat, Sitges, Col. Santiago Rusiñol

De entre todas las colecciones reunidas por Santiago Rusiñol a lo largo de su vida para ser expuestas en el Cau Ferrat, la de hierro forjado fue, es y seguirá siendo la colección paradigmática en tanto en cuanto nos da la medida del sentido y de la importancia que tuvo una vocación de coleccionar que fue genuina en el artista tal como confesaba en su conferencia Mis hierros viejos pronunciada en l’Ateneu de Barcelona en 1893. Si el título resulta revelador, la intención de su discurso, antes que pretender demostrar su erudición en el arte de la forja, nos habló desde el sentimiento de lo que comportaba aquella inclinación que emocionalmente sentía por el trabajo de reunir todas aquellas piezas: Mi trabajo, más que un trabajo, ha sido la realización de un placer, decía refiriéndose al coleccionismo, (…) un deleite dado a los ojos, un goce para el espíritu.

Mis hierros viejos [edición facsímil de la conferencia de Santiago Rusiñol en el Ateneu Barcelonès el 21 de enero de 1893]. Barcelona: Andana, 2019. 116 p.

En ese sentido intentar entender más que la experiencia, la vivencia que como coleccionista se desprende de su conferencia, antes nos hace pensar y reconocer en Rusiñol una previa y evidente condición de connoisseur que no necesariamente le exigía cualidades de valoración objetivas de las piezas adquiridas. El dejarse guiar antes por la intuición o por aspectos sensoriales y emocionales y por una particular relación con el placer conseguido al poder hacerse con aquellos hierros viejos, le permitía apreciar de manera subjetiva y no como un entendido las cualidades de las piezas mismas. Así la motivación emocional de Santiago Rusiñol para hacerse con una pieza de hierro forjado la hallamos, tal como nos explica, en su amor a lo bello por el sólo hecho de serlo o en su amor a lo viejo en tanto hubiera sufrido la pieza el paso del tiempo prefiriendo más que el valor de la obra el haberla recogido con sus manos, haberla salvado de una destrucción segura, haberla evitado el destierro de la patria y tenerla bajo su amparo.

Candelabro de pie del Cau Ferrat, de Alexandre de Riquer i Ynglada (hacia 1888-1890)
Dibujo a tinta sobre papel vegetal
Museu del Cau Ferrat, Sitges. Fons Cau Ferrat


Por otra parte y en relación con la actividad coleccionista de Santiago Rusiñol, el edificio del Cau Ferrat donde encontramos expuestas todas sus colecciones también adquiere uno de sus caracteres más evidentes al demostrar su propia naturaleza en un sentido funcional en tanto fue mandado construir expresamente por su propietario con la intención de poder albergar las colecciones realizadas a lo largo de su vida. Pudiéndolas exponer en un lugar adecuado con visos de santuario proyectado para el caso, Rusiñol siguió con ello la estela de lo que había conocido en el taller del propio maestro Moragas y era común en algunos talleres de artistas de generaciones precedentes como el de los hermanos Masriera de la calle Bailén de Barcelona o el del propio Fortuny que al desenvolverse en el ambiente artístico e intelectual del momento se convirtió a la vez en un experto en el campo de las antigüedades acaparando tal colección de antigüedades que hubo de ser adjudicada tras su muerte en dos subastas.

En este sentido podemos entender el Cau Ferrat, desde su inauguración hasta su apertura como museo público, como un considerable espacio continente de todos esos objetos coleccionados por su propietario que son su contenido y dentro del cual el individuo, no lo olvidemos, ocupa también un lugar específico, lo habitara o no o lo destinara como Rusiñol a otros usos no convencionales. Por esa razón al visitarlo podemos entender también al artista Rusiñol circunscrito junto a su colección en un mismo espacio que era su propio refugio privado y contemplando sus colecciones aún tenemos motivos para apreciar la reputación y el prestigio que alcanzara como coleccionista pues a medida que iba asociando a su persona cada uno de los objetos que iba adquiriendo contribuía a modelar su propia identidad porque a través de la posesión de una colección, como tantos otros modos de hacerlo en la vida, se consigue también el status de una determinada personalidad artística.
Y la reflexión sobre el coleccionismo de Santiago Rusiñol, no nos da tan sólo una idea de cómo éste contribuyó a la formación de su identidad personal y a la de una concreta personalidad artística que no se paró en el sólo placer de exhibirse como individuo que posee y exhibe las piezas de su colección, ni se detuvo en la ostentación de un talento de saber elegir sin la erudición de un entendido sino bien al contrario con el dilettantismo de un connoisseur.

Desde el sentimiento de una emoción que evocaba las ideas asociativas de la apreciación de la belleza por sí misma de un objeto, la inaprehensión de esa belleza y su pervivencia a pesar del olvido y del abandono por el ineluctable paso del tiempo, Santiago Rusiñol también nos proporcionó en esa conferencia sobre su vocación enfermiza de coleccionar, las mismas claves interpretativas para la comprensión desde otra perspectiva de una concepción estética personal que también subyace en buena parte de su literatura y su pintura. Del mismo modo podríamos predicar esas ideas estéticas que se desprenden de la apreciación emocional de un pieza gótica de hierro forjado que las que subyacen en cualquiera de sus representaciones de jardines abandonados pues ambos despiertan a través del recurso de la analogía las mismas emociones de una misma concepción estética que gravita sobre un más que dramático, melancólico sentimiento de pérdida irreparable.

Los objetos antiguos o viejos coleccionados por Santiago Rusiñol, ante todo los de hierro forjado y los de cerámica y vidrio de las colecciones artesanales, al ser expuestos en su refugio del Cau Ferrat no sólo fueron privados de la utilidad que tuvieron en su origen, como ocurre siempre con el acto de coleccionar. Una vez expuestos fueron destacados al significar la belleza con la que fueron creados bajo el misterio anónimo de un artesano que totalmente ajeno al concepto del artista moderno no pretendió hacer pervivir su nombre asociándolo a las obras de su creación. Identificándose con esas obras anónimas, Rusiñol apreció en cada objeto artesanal un genuino e inherente valor estético añadido y por la emocionalidad con la que se proyectaba sobre cada una de aquellas piezas acabó por dotarlas de un inesperado valor de culto.

Al coleccionarlas y exponerlas, Rusiñol protegió sus colecciones extrayéndolas del fluir del tiempo y rescatándolas del olvido, del abandono y del expolio pareció demostrarnos también con una conducta idealizada dirigida por la voluntad de coleccionar, la necesidad oculta y no confesada de querer superar con su coleccionismo cierto sentimiento íntimo de pérdida como sucede con todo buen coleccionista que no sea ocasional. Por lo que sospechamos que Rusiñol de alguna forma construyó su identidad artística, como cada una de aquellas piezas de hierro forjado, es decir, a modo de resistencia personal al paso del tiempo y de una manera nuevamente inefable y no fácil de definir, quizás intuyera que la única posibilidad de resistencia al olvido fuera perviviendo en la memoria de los demás mediante la elaboración de su propio mito.

Por todo eso la motivación que tuvo el coleccionismo en Santiago Rusiñol no fue ni podemos considerarlo un mero pasatiempo. La significación estética y emocional que tuvo en su vida y en su trayectoria artística demuestran la importancia que tuvo el acto de coleccionar junto al de escribir y al de pintar. El coleccionismo, al lado de sus otras vocaciones artísticas, merece tanto nuestra atención como la que merece la representación de aquel drac de hierro forjado de su exlibris que asociado a los símbolos de su pintura y de su literatura nos explica cómo las diferentes facetas de la actividad artística de Santiago Rusiñol buscaron despertar en nosotros y en definitiva en el visitante del Cau Ferrat, un mismo pathos.

Créditos fotográficos

© Arxiu Fotogràfic del Consorci del Patrimoni de Sitges

Jorge Pérez Vela, Guía y Atención al Público en Museus de Sitges

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