'Maternitat', de Manolo Hugué

Lugar y año: Cadaqués, c.1897-1900
Técnica: Yeso
Medidas: 28,5 x 17,5 x 18 cm
Firma: "M. Hugué " (parte derecha de la base)
Colección: Antigua colección Santiago Rusiñol. Museo Cau Ferrat. Núm. de inventario: 30.651
 

Descripción y contexto histórico:

Esta obra fue realizada por Manolo Hugué entre los años 1897 y 1900, en una de sus estancias en Cadaqués, en casa de la familia Pichot. Posteriormente, la adquirió Alejandro Riera, amigo y protector de Manolo, que a su vez la cambió con Santiago Rusiñol por uno de sus cuadros. Así, la pieza pasó a formar parte de su colección privada, donde también encontramos un dibujo, Bailaora flamenca, que Hugué realizó pocos años más tarde (hacia 1906-08), y del que se desconoce el origen de su ingreso.
 
Esta escultura es la única de sus obras tempranas que nos ha llegado hasta ahora. La primera etapa artística de Manolo, la anterior a su ida a París, es escasa en producción y solo conocemos una serie de obras hoy en día desaparecidas, entre las que destacaríamos un teatro de títeres que construyó junto con Adrià Gual y Ramón Casas; un relieve para la chimenea de la casa de Cadaqués de la familia Pichot; la escultura Dos pescadores, esculpida en una de las estancias en la localidad ampurdanesa, y una escultura de mantequilla de un chico que se exhibió en el escaparate de una lechería y que evidentemente no se ha conservado.
 
La Maternidad es una obra de carácter naturalista, próxima a las que realizaban otros escultores contemporáneos, como Gargallo y Casanovas, que al igual que Manolo tenían interés por motivos sociales. Seguramente eligió esta temática atraído por el aspecto popular y por la humanidad que emana, y se convirtió en una representación habitual en todas las etapas de Manolo y, en especial, la de Caldes (1927-1945). La solución compositiva de las maternidades de Manolo es muy variada. Así, si bien en la escultura del Cau Ferrat la madre se representa sentada, amamantando a un bebé con el brazo derecho y abrazando con la izquierda un niño de pie, en otras representaciones encontramos la madre derecha con el bebé en brazos, sentada con una niña dándole un beso, agachada abrazando al bebé, de rodillas jugando con un niño. Incluso encontramos una paternidad, que, si por ella misma ya es poco habitual, se convierte en una composición del todo original porque en este caso el padre es un torero.
 
Manolo fue básicamente escultor, pero no desvinculó nunca su arte en otras técnicas, como el dibujo, la pintura, el diseño de joyas o la poesía. Hugué adoptó un peculiar sistema de trabajo, motivado tanto por la falta de recursos económicos ? que lo llevó a utilizar materiales de bajo coste ? como por sus problemas de salud, provocados por una fuerte artritis que le afectaba sobre todo las manos, manteniéndolo inactivo durante períodos importantes de tiempo. Por eso, a lo largo de su producción no trabajó mucho la piedra, ya que se necesita una fuerza física que a menudo le faltaba, y normalmente modelaba el barro sin estructuras internas de refuerzo, lo que resulta en unas figuras con un canon muy característico. Entre los materiales que más escogía a la hora de trabajar encontramos pues productos fácilmente manipulables y de coste asequible, como el barro y el yeso, y los tamaños y dimensiones de sus obras sólo alcanzaban grandes formatos en casos excepcionales, por encargos concretos.
 
En sus esculturas daba una gran importancia al tratamiento del volumen, la fuerza interna de la figura, a la sobriedad y a la armonía, quedando en un segundo plano la belleza decorativa. La obra de Manolo sigue una línea figurativa, quedando casi impermeable a las teorías que lo rodeaban, pero manteniendo en todo momento un equilibrio muy personal entre el clasicismo y las vanguardias artísticas de la época. De esta manera, a pesar de ser un testigo de excepción del nacimiento del Cubismo y haber vivido paso a paso los inicios, no se sintió atraído, ya que se alejaba de su concepto de arte. Su pensamiento escultórico arranca claramente del clasicismo, con influencias de la estatuaria gótica, los cánones griegos y de la esencia de las culturas arcaicas, aportando unos rasgos muy especiales, mezcla de las experiencias, los movimientos y las amistades con que se relaciona a lo largo de su vida. Los temas ricos y variados que trata Hugué surgen del mundo que le rodea, de su entorno inmediato, próximo y cotidiano, logrando representaciones muy humanas, sin caer en la anécdota, remarcando el valor y la belleza de temas como pueden ser las maternidades, la danza, el campo y el mundo de la tauromaquia.
 
Se hace casi imposible separar la obra de Manolo de su vida y su personalidad. La afabilidad, el talante sencillo, la alegría, la amistad y la relación con los compañeros, y la manera que tenía de disfrutar de la vida le han convertido en un mito, tanto entre la gente del mundo del arte como entre todos aquellos que lo conocieron. Seguramente, sin embargo, quien contribuyó de forma especial a popularizar la figura y el pensamiento de Manolo fue Josep Pla, con la publicación en 1928 del libro Vida de Manolo contada por él mismo. De la manera de amar la vida de Hugué salieron fuertes amistades, como las que mantuvo con Rusiñol, Ramón Pichot, Déodat de Severac o con Pablo Picasso, con quien la relación iniciada hacia el año 1900 en los Quatre Gats se mantuvo más allá de la muerte del escultor, como lo muestra la colección llena de recuerdos y de intimidad en memoria del amigo desaparecido que el pintor malagueño fue regalando a Totote y Rosa (la mujer y la hija de Manolo).
 
Nacido en Barcelona el 29 de abril de 1872, Manolo pasó la mayor parte de su infancia en las calles de la Barcelona vieja, y fue cuando asistió a clases nocturnas de la Lonja cuando se acercó al mundo de la Barcelona artística de finales de siglo y se decidió a ser escultor. En el año 1900, animado por otros compañeros artistas, marchó a París, donde mantuvo una auténtica lucha por sobrevivir. En 1906 conoció Jeanne de Rochette, Totote, que se convertirá en su compañera durante el resto de su vida, y poco tiempo después firmó un contrato con el prestigioso marchante de arte Henri Kahnweiler, lo que le permitió tener unos ingresos regulares. Manolo posteriormente definió su estancia en París como una etapa que no le dejó buenos recuerdos, con una escasa producción artística, pero que supuso un largo proceso de aprendizaje y de formación.
 

En 1907 se trasladó a vivir a Céret, localidad donde se congregaba un numeroso y heterogéneo grupo de artistas e intelectuales. Será en esta pequeña población rosellonesa donde se irá configurando su estilo de formas redondeadas, sencillas y serenas, y donde su producción aumentará considerablemente. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la relación con su marchante se rompió, y Manolo y Totote se trasladaron durante un par de años a Barcelona, para volver a Francia en 1919, una vez restablecida la relación con Kahnweiler.

 
Una grave crisis de artritis hacia el año 1927 le produjo un anquilosamiento de las manos, y los médicos le recomendaron tomar baños termales. Por este motivo se trasladó a los balnearios de Caldes de Montbuí, población donde finalmente se acabó instalando de forma definitiva, en el cortijo que lleva su nombre. Esta fue la etapa de máxima producción, ya que amplió su obra a otros campos, como son la aguada, la acuarela, el dibujo, la pintura al óleo, y retomó el diseño de joyas hasta al momento de su muerte, en 1945.

 
Bibliografía básica:
Blanch, Montserrat. Manolo Hugué. Barcelona: Polígrafa, 1972

Pla, Josep. Vida de Manolo contada por él mismo. Barcelona: Destino, 1988. (El delfín)

VVAA. Manolo Hugué. Barcelona: Ayuntamiento de Barcelona, 1990

Autoría de la ficha: Anna Monleón